El
gran interrogante, de si estamos solos en el Universo, está pronto a
resolverse. Veamos:
1.
El astrobiólogo Kevin Hand sumerge un robot explorador en las
heladas aguas del lago Sukok, en Alaska.
2.
Miles de kilómetros al sur, a más de 6 metros de profundidad,
Penélope Boston vadea el agua de una caverna mexicana. El aire
ponzoñoso la tiene sin cuidado. Es que ha descubierto un líquido
espeso y semitransparente en la pared calcárea. "¡Oh, que
bello!", exclama la geomicrobióloga.
Dos
sitios tan disímiles –un lago congelado y una caverna ponzoñosa--
podrían ser la respuesta al gran interrogante de si hay vida fuera
de la Tierra.
La
vida extraterrestre, en nuestro sistema solar y en lejanas galaxias,
debe sobrevivir en océanos congelados (por ejemplo en Europa, uno de
los satélites de Júpiter) o en cavernas ponzoñosas (por ejemplo,
en Marte).
Entra
en escena Frank Drake, un experto en transmisiones radiales de
extraterrestres
En
noviembre de 1961, el joven Frank imaginó una ecuación, la
"ecuación de Drake", como respuesta a tamaño desafío.
¿Cómo
funciona la ecuación de Drake?
Multiplicamos
la tasa de formación de "estrellas en la Vía Láctea
parecidas al sol" por el número de esas estrellas con
sistemas planetarios propios.
El
resultado lo multiplicamos por el promedio de planetas capaces de
albergar vida en un sistema así, planetas más o menos el tamaño de
la Tierra, con órbitas tan lejos de sus estrellas como para estar en
condiciones de albergar vida.
Esto
lo multiplicamos por la fracción de los planetas con algún tipo de
vida, luego por la fracción de planetas con vida inteligente y luego
por la fracción de planetas capaces de desarrollar la tecnología
necesaria para emtir señales de radio sintonizables en la Tierra.
En
suma, la Ecuación de Drake calcula el número de civilizaciones
extraterrestres capaces de ser detectadas.
El
descubrimiento de numerosos planetas en la Vía Láctea ha dado nueva
fuerza a una tarea que concluirá cuando multipliquemos el número de
civilizaciones conocedoras de las ondas radiales por el tiempo
promedio que seguirán transmitiendo o seguirán con vida.
Sí,
la ecuación es perfecta. Salvo un problema...
Porque,
a excepción de la primera variable (tasa de formación de estrellas
en la Vía Láctea parecidas al sol), el resto es un misterio.
Única
salida al dilema: captar una señal de radio extraterrestre
Así
fue como en 1995, Michel Mayor y Didier Queloz de la Universidad de
Ginebra detectaron el primer planeta en órbita alrededor de una
estrella parecida al Sol fuera de nuestro sistema solar. El planeta,
a una distancia de 50 años-luz de la Tierra, recibió el nombre de
51 Pegasi b.
En
1996, Geoffrey Marcy de la Universidad de San Francisco descubrió un
segundo planeta extrasolar y enseguida, un tercero.
Ahora,
ya sabemos de la existencia de casi 2.000 de los llamados
exoplanetas, desde algunos más pequeños que la Tierra, hasta otros
más grandes que Júpiter. A esto se agregan otros miles que entraron
en órbita en 2009 y aún aguardan ser confirmados.
Por
supuesto, una caverna en México no es lo mismo que el planeta Marte.
Y un lago en el norte de Alaska no es lo mismo que el satélite
Europa.
Pero
la caverna y el lago han dado lugar a técnicas para descubrir vida
en ambientes similares a los que podríamos descubrir, o sea,
"biofirmas" o pistas sobre la presencia de vida pasada o
presente allí donde no es posible realizar complejos experimentos de
laboratorio. Por ejemplo, la cueva mexicana.
Gracias
a los vehículos espaciales, sabemos que Marte tiene cavernas con
microbios
Marte
perdió su atmósfera y su agua de superficie hace unos 3.000
millones de años. Los microbios sólo pueden sobrevivir en Marte con
una fuente de energía distinta al sol, por ejemplo, el goteo en la
cueva mexicana que tanto entusiasmó a Penélope Boston y que no es
otra cosa que una biofirma, es decir, una comunidad de microbios
ligados entre sí dentro de un amasijo viscoso.
En
el otro extremo de América del Norte, sobre el congelado lago Sukok,
científicos e ingenieros hacen algo similar. Como el gas metano que
brota del fondo del lago agita el agua, no hay hielo en algunos
sitios. El metano es generado por microbios llamados metanógenos.
Estos descomponen la materia orgánica, haciendo de ella otra posible
"biofirma" en otros mundos. Pero el metano también
proviene de erupciones volcánicas y otras fuentes no biológicas y
se forma de manera natural en la atmósfera de planetas gigantescos
como Júpiter, lo mismo que en la luna Titán de Saturno.
Para
los científicos es vital disociar el metano biológico de su
pariente no biológico. Y como su interés se centra en el satélite
natural Europa, el lago Sukok, tan rico en metano, es una alternativa
nada desdeñable.
El
ya citado Kevin Hand prefiere el satélite Europa por una razón
esencial:
"Supongamos
que bajo la superficie de Marte haya organismos vivientes con un DNA
similar al de los organismos vivientes terrestres. Eso podría
significar que el DNA es una molécula universal. Pero también
podría significar que la vida en la Tierra y la vida en Marte tienen
ambas un origen común. Sabemos que las rocas lanzadas al espacio por
el impacto de asteroides terminaron cayendo en la Tierra. Y también
es posible que rocas terrestres hayan aterrizado en Marte. Si estas
rocas contenían microbios, quizá sobrevivieron el viaje, pudiendo
así propagarse en cualquier planeta. No así el satélite Europa,
que está muchísimo más lejos. Si hubiera vida allí, su origen
sería distinto, aun basado en un DNA".
El
satélite Europa es ideal para la vida: agua en abundancia, un suelo
oceánico con posibles conductos hidrotermales similares a los de la
Tierra que podrían servir de alimento a la vida existente allí. Y
los cometas que se estrellan en la superficie de Europa depositarían
allí los productos químicos orgánicos útiles también para crear
y sostener la vida. Pero...
La
gran incógnita es saber cómo harán estas sustancias químicas para
atravesar una capa de hielo de... 16 a 24 kilómetros de espesor...