En la música de las
esferas, oímos lo inaudible.
No
es casual que dos sentidos, el del oído y el de la vista, estén tan
cerca uno del otro. Podemos escuchar sonidos juntos y sin embargo
separados unos de otros.
Las
frecuencias tonales no se mezclan como ocurre en el sentido de la
vista. Por ejemplo, rojo y verde no son colores separados, sino que
mezclados dan marrón. Al contrario, un tono alto y un tono bajo
mezclados no dan un tono medio porque escuchamos a ambos
simultáneamente.
Fue
Pitágoras quien primero observó la relación entre numerología y
sonido armonioso. Sobre esto, hay una leyenda: En una fragua donde
cuatro herreros trabajaban con sus martillos, Pitágoras notó que
los diferentes martillazos producían diferentes alturas de sonido
que, de a pares, daban intervalos de octava, quinta y cuarta. Sólo
un par con un intervalo de cuarta y quinta le pareció disonante.
Mirando
más de cerca el trabajo de los herreros, creyó que las distintas
alturas de sonido se debían al peso de los martillos. Pero se
equivocaba. Lo decisivo no es el peso, sino el largo del martillo.
Aun así, esta leyenda muestra la relación mítica, quizá aun
chamánica, entre herrería y música.
El
monocordio pitagórico es un instrumento de una sola cuerda. Tocando
la cuerda, suena una tónica. Tocando la cuerda a mitad del
monocordio, suena una octava superior que armoniza con la tónica.
Tocándola en otros puntos que corresponden a simples fracciones de
su largo total, se obtienen más tonos armónicos: la quinta en 2:3,
la cuarta en 3:4, la tercera mayor en 4:5. Son los “armónicos”
de la cuerda única.
El
monocordio nos recuerda calidades y
cantidades, valores propios de nuestro
mundo emocional (por ejemplo, música agradable al oído),
números o relaciones numéricas que comprendemos con nuestra mente.
El
monocordio convierte el mundo de los sentidos en matemática racional
y abstracta.
Para
los pitagóricos, los números no eran algo abstracto, sino
cualidades o entidades sagradas: 1 + 2 + 3 + 4 = 10, equivalente a
una ecuación religiosa, como después la trinidad cristiana. Los
pitagóricos no eran una sociedad científica, sino una alianza
secreta de tipo esotérico..
En
el mundo exterior, estas relaciones numéricas se encarnan en el
cielo con sus estrellas. Los movimientos, eternos y siempre iguales,
de los cuerpos celestes, del sol, la luna y las estrellas, marcan el
ritmo de día, mes y año.
La
ciencia numérica de los pitagóricos fue la primera penetración
matemática de la realidad. De ahí que la astronomía sea la ciencia
más antigua.
En
un mundo geocéntrico, la Tierra es como una esfera inmóvil en el
centro del mundo, en torno de ella, cerrándose concéntricas como
una cebolla, 8 esferas cristalinas que encierran los 7 planetas,
entre ellos, el sol y la luna, más las estrellas fijas.
Los
pitagóricos creían que para las velocidades de rotación y/o las
distancias entre las esferas celestes era decisivo el cálculo
integral, de modo que todo el espacio celeste, en
analogía con la vibración de una esfera, a partir de la velocidad o
de la distancia de una esfera, emitiera
un sonido armónico. Es la idea de una música de las esferas
(o armonía de las esferas o armonía universal).
El
cosmos pitagórico refleja lo estético del todo universal. Cosmos
significa orden, pero también joya. La música de las
esferas es el cosmos como instrumento, como melodioso orden
universal.
Para
la iglesia cristiana, la música universal es sólo un débil eco de
la música celestial, o sea, una música sobrenatural
más allá del mundo terrenal, una música creada por los
ángeles que cantan la alabanza de Dios. Este énfasis en lo místico
hizo que la música celestial subsistiera a nivel popular.
Lo
místico también se da en la poesía. Baste como ejemplo esta cita
del Fausto de Goethe: “El sol, según su antiguo hábito, toma
parte en el alternado canto de las esferas / y su trazada carrera
termina con el estampido del trueno”.
Johannes
Kepler, uno de los máximos representantes de este radical cambio en
la visión del mundo, concibe en 1619 un nuevo sistema tonal cósmico,
una auténtica música de las esferas, pero sin esferas. A cada
planeta corresponde un sonido en particular cuya altura es
determinada por la velocidad angular del sol. Esta velocidad angular
no es constante, sino que, en el ritmo de sus revoluciones, a veces
es mayor y otras menor: un nuevo heliocentrismo donde los planetas
se mueven en órbitas elípticas y no circulares.
Pero
demasiada armonía es malsana. Es bueno un poco de caos. Es la
hora de la física cuántica.
La
materia no consiste en un montón de pequeñas esferas
entrechocándose mecánicamente unas con otras. Las partículas son
al mismo tiempo vibraciones y ondas.
En
el modelo atómico de Niels Bohr, los electrones de carga negativa
giran en torno del núcleo de carga positiva, igual que los planetas
alrededor del sol. Las órbitas de los electrones no son arbitrarias,
su tamaño es varias veces el largo de onda de un electrón. ¡Es el
retorno a la más elemental ley armónica!
No
sólo en la física atómica, también en la teoría de las
partículas elementales, la idea central es la simetría.
La
simetría describe la persistencia de ciertas cualidades en los
cambios. Pongamos como ejemplo un hermoso cristal. Podemos rotarlo
alrededor de determinado ángulo y el cristal no perderá su aspecto
inicial.
Los
ángulos de rotación que no cambian al cristal ayudan a comprender
sus características esenciales, su simetría.
Y
ahora, pasemos a lo realmente grande, al universo y sus orígenes,
con el famoso Big Bang, una metáfora acústica fea y falsa porque en
realidad no hubo ningún Big Bang, sino algo peculiar ocurrido hace
14.000 millones de años, cuando el universo era infinitamente denso
y caluroso (al menos en teoría).
Aun
así, la idea de un fenómeno sonoro marcando el comienzo del mundo
no es del todo falsa, porque entonces regía la máxima simetría y
porque la afinidad entre simetría y armonía nos devuelve al
concepto de la armonía de las esferas.
Mejor
decir sonido primario y no Big Bang.
El
universo todo es vibraciones acústicas. Las estrellas vibran y
oscilan con más o menos fuerza, con diversas frecuencias.
Por
ejemplo, las oscilaciones del Sol son una cada 5 minutos. Es el pulso
natural del Sol.
El
Sol es como una enorme campana que, al tocarla, oscila en esta
frecuencia natural. La amplitud de oscilación en la superficie del
sol es de varios cientos de 100 kilómetros. Pero esta amplitud
volvería a cero a menos que “algo” haga sonar a la campana. Ese
“algo” es la convección del sol: enormes corrientes de
materia debajo de la superficie que transportan el calor del interior
al exterior. Pero tampoco aquí se trata de una nueva “música de
las esferas”. En la originaria música de las esferas, las esferas
o el firmamento no eran lo esencial. Lo que importaba a los
pitagóricos era el vínculo entre las polaridades Calidad y
Cantidad.
Lo
cualitativo tiene un aspecto cuantitativo, puede cambiarse en cifras
y matemática: así obra la ciencia. Para los pitagóricos, el camino
inverso era igualmente posible e importante: el camino de lo
cuantitativo a lo cualitativo, el camino del pensamiento al
sentimiento, del mundo al alma.
La
idea de la música de las esferas se hará realidad tomando el camino
inverso de la Calidad. La ciencia es un “camino de ida”, no de
vuelta, por lo que ignora el misterio que permite “escuchar” lo
que captamos con nuestros sentidos.
No
tenemos que devolver al mundo su alma, porque nunca la perdió. En
esto, la hermosa idea de una Música de las Esferas puede ser fuente
de inspiración y vigor.
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