Mittwoch, 29. August 2018

UNA MÚSICA CELESTIAL

En la música de las esferas, oímos lo inaudible.

No es casual que dos sentidos, el del oído y el de la vista, estén tan cerca uno del otro. Podemos escuchar sonidos juntos y sin embargo separados unos de otros.

Las frecuencias tonales no se mezclan como ocurre en el sentido de la vista. Por ejemplo, rojo y verde no son colores separados, sino que mezclados dan marrón. Al contrario, un tono alto y un tono bajo mezclados no dan un tono medio porque escuchamos a ambos simultáneamente.

Fue Pitágoras quien primero observó la relación entre numerología y sonido armonioso. Sobre esto, hay una leyenda: En una fragua donde cuatro herreros trabajaban con sus martillos, Pitágoras notó que los diferentes martillazos producían diferentes alturas de sonido que, de a pares, daban intervalos de octava, quinta y cuarta. Sólo un par con un intervalo de cuarta y quinta le pareció disonante.

Mirando más de cerca el trabajo de los herreros, creyó que las distintas alturas de sonido se debían al peso de los martillos. Pero se equivocaba. Lo decisivo no es el peso, sino el largo del martillo. Aun así, esta leyenda muestra la relación mítica, quizá aun chamánica, entre herrería y música.

El monocordio pitagórico es un instrumento de una sola cuerda. Tocando la cuerda, suena una tónica. Tocando la cuerda a mitad del monocordio, suena una octava superior que armoniza con la tónica. Tocándola en otros puntos que corresponden a simples fracciones de su largo total, se obtienen más tonos armónicos: la quinta en 2:3, la cuarta en 3:4, la tercera mayor en 4:5. Son los “armónicos” de la cuerda única.

El monocordio nos recuerda calidades y cantidades, valores propios de nuestro mundo emocional (por ejemplo, música agradable al oído), números o relaciones numéricas que comprendemos con nuestra mente.

El monocordio convierte el mundo de los sentidos en matemática racional y abstracta.

Para los pitagóricos, los números no eran algo abstracto, sino cualidades o entidades sagradas: 1 + 2 + 3 + 4 = 10, equivalente a una ecuación religiosa, como después la trinidad cristiana. Los pitagóricos no eran una sociedad científica, sino una alianza secreta de tipo esotérico..

En el mundo exterior, estas relaciones numéricas se encarnan en el cielo con sus estrellas. Los movimientos, eternos y siempre iguales, de los cuerpos celestes, del sol, la luna y las estrellas, marcan el ritmo de día, mes y año.

La ciencia numérica de los pitagóricos fue la primera penetración matemática de la realidad. De ahí que la astronomía sea la ciencia más antigua.

En un mundo geocéntrico, la Tierra es como una esfera inmóvil en el centro del mundo, en torno de ella, cerrándose concéntricas como una cebolla, 8 esferas cristalinas que encierran los 7 planetas, entre ellos, el sol y la luna, más las estrellas fijas.

Los pitagóricos creían que para las velocidades de rotación y/o las distancias entre las esferas celestes era decisivo el cálculo integral, de modo que todo el espacio celeste, en analogía con la vibración de una esfera, a partir de la velocidad o de la distancia de una esfera, emitiera un sonido armónico. Es la idea de una música de las esferas (o armonía de las esferas o armonía universal).

El cosmos pitagórico refleja lo estético del todo universal. Cosmos significa orden, pero también joya. La música de las esferas es el cosmos como instrumento, como melodioso orden universal.

Para la iglesia cristiana, la música universal es sólo un débil eco de la música celestial, o sea, una música sobrenatural más allá del mundo terrenal, una música creada por los ángeles que cantan la alabanza de Dios. Este énfasis en lo místico hizo que la música celestial subsistiera a nivel popular.

Lo místico también se da en la poesía. Baste como ejemplo esta cita del Fausto de Goethe: “El sol, según su antiguo hábito, toma parte en el alternado canto de las esferas / y su trazada carrera termina con el estampido del trueno”.

Johannes Kepler, uno de los máximos representantes de este radical cambio en la visión del mundo, concibe en 1619 un nuevo sistema tonal cósmico, una auténtica música de las esferas, pero sin esferas. A cada planeta corresponde un sonido en particular cuya altura es determinada por la velocidad angular del sol. Esta velocidad angular no es constante, sino que, en el ritmo de sus revoluciones, a veces es mayor y otras menor: un nuevo heliocentrismo donde los planetas se mueven en órbitas elípticas y no circulares.

Pero demasiada armonía es malsana. Es bueno un poco de caos. Es la hora de la física cuántica.

La materia no consiste en un montón de pequeñas esferas entrechocándose mecánicamente unas con otras. Las partículas son al mismo tiempo vibraciones y ondas.

En el modelo atómico de Niels Bohr, los electrones de carga negativa giran en torno del núcleo de carga positiva, igual que los planetas alrededor del sol. Las órbitas de los electrones no son arbitrarias, su tamaño es varias veces el largo de onda de un electrón. ¡Es el retorno a la más elemental ley armónica!

No sólo en la física atómica, también en la teoría de las partículas elementales, la idea central es la simetría.

La simetría describe la persistencia de ciertas cualidades en los cambios. Pongamos como ejemplo un hermoso cristal. Podemos rotarlo alrededor de determinado ángulo y el cristal no perderá su aspecto inicial.

Los ángulos de rotación que no cambian al cristal ayudan a comprender sus características esenciales, su simetría.

Y ahora, pasemos a lo realmente grande, al universo y sus orígenes, con el famoso Big Bang, una metáfora acústica fea y falsa porque en realidad no hubo ningún Big Bang, sino algo peculiar ocurrido hace 14.000 millones de años, cuando el universo era infinitamente denso y caluroso (al menos en teoría).

Aun así, la idea de un fenómeno sonoro marcando el comienzo del mundo no es del todo falsa, porque entonces regía la máxima simetría y porque la afinidad entre simetría y armonía nos devuelve al concepto de la armonía de las esferas.

Mejor decir sonido primario y no Big Bang.

El universo todo es vibraciones acústicas. Las estrellas vibran y oscilan con más o menos fuerza, con diversas frecuencias.

Por ejemplo, las oscilaciones del Sol son una cada 5 minutos. Es el pulso natural del Sol.

El Sol es como una enorme campana que, al tocarla, oscila en esta frecuencia natural. La amplitud de oscilación en la superficie del sol es de varios cientos de 100 kilómetros. Pero esta amplitud volvería a cero a menos que “algo” haga sonar a la campana. Ese “algo” es la convección del sol: enormes corrientes de materia debajo de la superficie que transportan el calor del interior al exterior. Pero tampoco aquí se trata de una nueva “música de las esferas”. En la originaria música de las esferas, las esferas o el firmamento no eran lo esencial. Lo que importaba a los pitagóricos era el vínculo entre las polaridades Calidad y Cantidad.

Lo cualitativo tiene un aspecto cuantitativo, puede cambiarse en cifras y matemática: así obra la ciencia. Para los pitagóricos, el camino inverso era igualmente posible e importante: el camino de lo cuantitativo a lo cualitativo, el camino del pensamiento al sentimiento, del mundo al alma.

La idea de la música de las esferas se hará realidad tomando el camino inverso de la Calidad. La ciencia es un “camino de ida”, no de vuelta, por lo que ignora el misterio que permite “escuchar” lo que captamos con nuestros sentidos.

No tenemos que devolver al mundo su alma, porque nunca la perdió. En esto, la hermosa idea de una Música de las Esferas puede ser fuente de inspiración y vigor.


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