¿Se
acuerdan del Titanic? ¡Pero sí, quién no se va a acordar!
¿Pero
se acuerdan también de ese episodio?...
Me
refiero al salón de baile, con sus pasajeros de primera clase
bailando al compás de la orquesta de a bordo.
Afuera
era el caos, un sálvese quién pueda, gente saltando al agua helada
o empujándose para caber en los botes salvavidas. ¿Y adentro?
Pues
adentro, ¡nada! Todos bailando como si nada ocurriera. Y así
terminaron como tenían que terminar: hundiéndose todos con el
barco.
Ahora,
en estos tiempos tan, pero tan revueltos, los amos del poder quieren
hacernos creer que el barco NO se está hundiendo, que todo está
bajo control.
¿Sí?
Pues yo digo... ¡No! ¡El barco se está hundiendo y nada está bajo
control!
¡No,
no salgan corriendo! El fin de una civilización es sólo eso: el fin
de una civilización. Y no el fin del mundo.
Conservemos
la cabeza fría, aun sabiendo que el barco se hunde
irremediablemente. Dejémolos a ellos, los pasajeros de primera
clase y su dichosa orquesta, cociéndose en su propia salsa.
¡Miren
afuera! ¿Ven? ¿Ven cómo despunta a lo lejos la aurora de una nueva
civilización humana?
Las
sombras de la noche huyen presurosas al negro reino que es su
dominio. ¡Ha sonado la hora!
¡Sí,
ha sonado la hora de un nuevo y radiante amanecer!
¡Que
así sea!
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